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Chapitre D'ouvrage Année : 2014

España, invitada de honor en el Centenario de la Independencia mexicana: Rafael Altamira y el marqués de Polavieja, dos lecturas de las nuevas relaciones hispano-mexicanas

Résumé

En 1910, México celebró con gran solemnidad el primer centenario de su independencia. Aquel aniversario tuvo una proyección internacional evidente, pues el régimen del presidente Porfirio Díaz concibió los festejos patrios como una plataforma de promoción de una imagen moderna y próspera del México contemporáneo. La organización de aquel evento, con su escenificación y propaganda , no sólo tenía como objetivo fortalecer la adhesión patriótica del pueblo mexicano, llamado a reunirse en torno a la figura tutelar de un líder en la cúspide de su poder. Asimismo, ambicionaba demostrar al mundo que México formaba parte de las naciones progresivas, y que ya era digno de pertenecer al primer círculo del mundo civilizado, por su estabilidad, paz y pujanza económica. Para el viejo dictador de ochenta años, aquellos festejos debían servir de último triunfo personal y de reconocimiento universal de la obra realizada desde su accesión al poder, en 1876. Y de hecho, esas celebraciones alcanzaron un gran eco internacional, aunque de corta duración ya que, a los dos meses, las noticias de la insurrección maderista pasarían a ocupar el centro de atención de las redacciones extranjeras. Hasta dicho estallido, la nota general que dominó la prensa española fue para saludar los progresos registrados por la república y el éxito del centenario . El día 30 de septiembre de 1910, la revista madrileña Unión Ibero-Americana dedicaba su portada a un artículo sobre la “magna celebración” del Centenario de la Independencia mexicana, acompañado por un retrato halagador del presidente Porfirio Díaz en uniforme de gala . El principal órgano del americanismo peninsular así quería homenajear la historia recorrida por la primera república hispanohablante de América desde que proclamara su independencia de la metrópoli. Al cabo de cien años, la España restauracionista pretendía aprovechar la coyuntura conmemorativa del primer centenario de las repúblicas americanas para fortalecer sus relaciones con unas naciones a las que seguía llamando sus “hijas emancipadas” . Con el fin de solemnizar su participación, la Madre Patria mandó a México una embajada extraordinaria encabezada por el marqués de Polavieja, un prestigioso general veterano de madre mexicana. Sin embargo, el representante del rey Alfonso XIII fue precedido en su viaje a la república por otro embajador que, sin revestir carácter oficial, se benefició de un recibimiento entusiasta e inusitado: me refiero a Rafael Altamira, renombrado historiador y jurista, venido a México en nombre de la Universidad de Oviedo. Si bien el delegado ovetense no presenció los festejos propiamente dichos, su misión en esa tierra fue claramente presentada como una contribución al centenario que se estaba preparando . Como ahora veremos, esa doble delegación vino a ilustrar, en cierta medida, la doble orientación en que se encontraba por aquel entonces la corriente hispanoamericanista: por un lado iría un plenipotenciario que representaba a la España oficial, y por otro, un intelectual que haría de auténtico “embajador cultural” de la nueva España, que ya llevaba varios años trabajando por el establecimiento de una cooperación trasatlántica basada en la amistad y en los intereses comunes. El rumbo que siguieron ambos viajes y sus respectivos resultados ilustraron la disyuntiva que, hacia el año 1910, caracterizaba las relaciones hispano-mexicanas.
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Citer

David Marcilhacy. España, invitada de honor en el Centenario de la Independencia mexicana: Rafael Altamira y el marqués de Polavieja, dos lecturas de las nuevas relaciones hispano-mexicanas. Paul-Henri Giraud (ed.); Eduardo Ramos-Izquierdo (ed.); Miguel Rodriguez (ed.). 1910 : México entre dos épocas, El Colegio de México, p. 163-180, 2014, 978-607-462-479-3. ⟨hal-03831092⟩
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