Los paisajes de una exposición universal nunca ofrecen una visión neutral y objetiva de la naturaleza circundante. Para convertirse en paisaje, los políticos, arquitectos, urbanistas y paisajistas descomponen y luego recomponen el medio deformando y traduciendo una civilización según sus propios criterios estéticos; y lo hacen a través de las palabras, los lenguajes, los plásticos y, sobre todo, a través de una conjunción sensible entre lo percibido y lo vivido, imaginado y desviado por el juego de las representaciones. A través de una próxima exposición, Dubái 2020, que propone un retrato de una ciudad difícilmente sostenible, y Osaka 2025, una exposición mundial en ciernes, abordamos los fundamentos de una ecoficción del turismo mundial plagada de la sacrosanta dialéctica de los efectos duraderos de lo efímero. El paisaje de las exposiciones universales es, en cierto modo, una especie de mediana, una trayectoria, un trayecto mesológico según Augustin Berque, que quiere dar a un entorno de naturaleza urbana una identidad propia, pero con un carácter universal y humanista. Sin embargo, llevan en sí mismos el germen de su propio fin o de un principio esperanzador de carácter utópico que a menudo es imperfecto.