Para una historia social de la memoria : sociedad y conmemoración en Barcelona a finales de siglo XIX 1. Stéphane Michonneau A partir de los años 1860, una parte de la sociedad catalana se organiza para producir memoria colectiva. No sólo acomoda una lectura específica y coherente del pasado de España y Cataluña sino que se esfuerza también en asegurar su eficacia social por la práctica del gesto conmemorativo. En esto consiste basicamente la política de memoria liberal provincialista. La expresión de política de memoria quiere dar cuenta de esta doble realidad discursiva y práctica. Por lo tanto, no designa un programa preconcebido de manipulación conciente de las memorias individuales, supuestamente fabricado por un Estado centralizado que impondría una visión unívoca del pasado de España con los herramientas privilegiados que son los nombres de calles y monumentos conmemorativos. Dos motivos en contra de tal concepción instrumentalista : por una parte, el Estado español no parece tener voluntad ni siquiera capacidad para imponer a los barceloneses una memoria prêt-à-porter. Borja de Riquer ha señalado ya que el problema reside más bien en la relativa indiferencia o la incapacidad del Estado en españolizar los españoles del siglo pasado 2. Por otra parte, la población barcelonesa no es unida en sus sentimientos y aspiraciones, no es dotada por esencia de una memoria colectiva que pudiera oponer de manera unánime a la supuesta maquinación estatal. Aunque lo pretenda la sociedad conmemorativa, la que se encarga de gestionar el recuerdo en Barcelona, no existe una memoria colectiva catalana. La pretención de que existiera la memoria colectiva sólo es la voluntad de parte de la sociedad conmemorante de hacer adoptar sus propios recuerdos al cuerpo social entero. La operación choca con resistencias de manera que los conflictos de memoria siempre son conflictos sociales. Por política de memoria, más vale entender la delimitación de un pasado colectivo por el conflicto político o sea, " el resultado de una lucha por imponer criterios legítimos de ordenación ". Por consiguiente, el pasado de Cataluña puede perfectamente ser considerado como una realidad objetiva que hace de los catalanes un grupo humano diferente de los demás. Lo importante no consiste aquí en tratar de estas diferencias objetivas pero en comprender el proceso por lo cual esta diferencia (idiomática, cultural, religiosa, cualquier sea) es reconocido como tal por la sociedad, incorporada a una historia, instalada en tradición comuna por prácticas conmemorativas mutualmente comprensibles por todos los miembros del grupo