Tanto Azorín, en los relatos breves que publicó entre 1925 y 1929 en la revista Blanco y Negro, como uno de sus ilustradores, Antequera Azpiri, buscan renovar su propio lenguaje artístico a finales de los años veinte y parecen afirmar la superioridad de la imagen mental sobre el efecto de realidad, de tal manera que una forma de osmosis se establece entre la representación textual del primero y el lenguaje visual del segundo. Pero imágenes y textos juegan un extraño doble lenguaje en la medida en que aquellas rectifican discretamente el sentido de estos. La complicidad callada entre el texto y la imagen origina así un nuevo modo de expresión cuyo sentido solo pertenece al que los ensambla.