La relación que presenta al renegado evoca una figura de la alteridad vista como arquetipo y antonomasia del mal. Esta propensión a pintar al renegado como prototipo del mal no hace sino prolongar, amplificar una corriente que rechaza la fe musulmana, no reconociéndola como fe sincera sino como secta del error y del terror. Se habrá notado que el aspecto religioso está totalmente ausente de la conversión. Un cristiano no se vuelve renegado por fe sino por codicia, odio, crueldad o deseo de hacer correr la sangre que son las características del musulmán en nuestras relaciones. El signo de revelación, milagroso o no vuelve a colocar casi siempre al apóstata en la vía de la toma de conciencia, del don de sí redentor que borra el recorrido criminal del renegado. Las relaciones de renegado no son más que el vector textual de un recorrido alegórico investido discursivamente por una figura contextual que sale de la norma para situarse de nuevo en ella merced a un proceso de reconocimiento o reapropiación de los valores abandonados. El mártir y el renegado, en estos relatos, funcionan como dos representaciones antitéticas que metonimizan o alegorizan dos figuras esenciales del cristianismo el infierno y el paraíso, siendo el renegado una representación del diablo, mientras que el mártir es imitación de Cristo.